Una de las decisiones más difíciles de tomar es la de saber cuando marcharse. Cuando dejar atrás situaciones y/o personas.
Nos quedamos observando el escenario con la esperanza de que las cosas cambien, observando y cuidando todos los detalles porque a nadie le gusta perder aquello que ama, aquello que en un momento dado nos hizo tan felices. Pero llega un momento en que ya nada es lo mismo, y empieza el duelo.
En el camino de la sanación vivimos: la tristeza, por lo que perdimos, la ira, por lo que nos fue arrebatado y el miedo por si nada de eso será reemplazado.
Cada fase tiene su duración, en algunos estadios nos quedaremos más tiempo que en otros, pero es necesario transitarlos todos para cerrar el ciclo correctamente. Y una vez cerramos el ciclo, empezamos a caminar de nuevo, dejando atrás aquello que ya no nos hace sonreír, reivindicando y haciendo consciente aquello que merecemos.
Marcharse de un lugar que ya no nos hace felices es una de las mejores formas de amor propio que conozco, pero también es una de las que más valor requiere, porque la esperanza de que las cosas cambien nos acompaña todo el tiempo y nos mantiene esclavos de una situación que, tal vez con en tiempo pueda cambiar, pero ¿Seguirás siendo tú la misma persona que se sentó a esperar? Tal vez cuando las cosas cambien, el que haya cambiado, seas tú.
Cambiemos el “para siempre” por “hasta donde sea sano”. La única garantía en estos procesos, eres tú.
Que estés bien 🌛🌕🌜