…Ella fue sacada del fango por una mano que la llevaría al abismo.
Vivió el infierno y el cielo en la misma estación.
Su existencia se convirtió en una ruleta rusa, pues nunca sabía cuando iba a enfrentarse al dolor, hasta que éste impactaba cruelmente en su frágil piel.
Toda alegría era un espejismo.
Toda pena un sufrimiento, pero incomprensiblemente seguía dentro de la rueda…
ahora arriba… ahora abajo…,
ahora arriba…
ahora abajo…, una y otra vez.
Día tras día la tristeza fue apropiándose de su mundo, eclipsando cualquier rayo de luz, por pequeño que éste fuera, hasta llegar a sumergirla en la más absoluta oscuridad.
Despojada de sus valiosas vestimentas (libertad, alegría, ilusión, fuerza…), se dejó caer, tensando entonces la cuerda que la unía a su Alma. Esta se endureció de repente y trabó la rueda frenándola bruscamente. Esto la hizo salir despedida, cayendo encima de todos aquellos ropajes, ahora desgarrados, que la cubrieron un día.
Aún aturdida y como si de un ritual se tratase, se vistió en el más absoluto silencio y empezó a caminar muy lentamente sin rumbo fijo.
Cuentan que no se supo nunca su destino, pero que a cada paso que daba, los desgarros de sus prendas eran cosidos mágicamente con un hermoso hilo rojo.