…Ella esperaba con paciencia su encuentro, aquel que no tardaría demasiado en llegar, pues cuando él estaba cerca, todo cielo azul se cubría de negras nubes.
Él, sorprendido al verla, gimió cómo un animal herido frente a la muerte, pero ya no había marcha atrás. De pronto, una fuerte ráfaga de viento, lo doblegó ante su presencia, provocando que sus rodillas golpearan bruscamente el basto suelo que pisaban sus pies, haciéndolas sangrar abundantemente.
Aterrado, repetía una y otra vez:
-Te amo, te amo.
Pero sus manos cobrando vida propia, se abrieron, mostrando la inmensidad del dolor ajeno que provocaron las miles de caricias falsas que regaló.
-Te amo… te amo…-seguía gritando cómo si de un mantra se tratase. Pero cada vez que pronunciaba estas palabras, el dolor era más intenso, cosa que le hizo rendirse totalmente ante ella.- Sí, lo confieso; El triunfo de mi alegría, fue siempre el dolor del otro.
Ella, lo miró cómo una madre, mira a su hijo después de una travesura y le preguntó:
-¿Qué puedo a hacer contigo?
Él, con su cuerpo maltrecho por la edad y el dolor, le suplicó:
-Mátame… mátame…, ten compasión, no puedo vivir más en este infierno.
Ella, concediéndole su deseo, lo condenó a vivir sin amor, a no sentir jamás felicidad y a estar por siempre encadenado a sus miedos.
Él, al oír la sentencia, fue llevado a la celda más oscura de la prisión, donde se convirtió por el resto de sus días, en la Sombra.