… Ella reconoció el sacrificio de seguir viviendo, pues su cabeza a punto de estallar, le gritaba el rechazo a la vida. Sus cadenas en este mundo se rompieron.
No había nada que la sujetase a tierra.
Quería volar a lo más alto.
Quería encontrarse con él.
Ya no era suficiente sentirlo a través de un escalofrío, de una caricia, de un susurro o de un sueño…, ahora quería más.
Su piel ya no llevaba su perfume.
Sus ojos ya solo brillaban con lágrimas.
Sus brazos, ya entumecidos, no querían abrazar a otros cuerpos…,
Ya no le apetecía vivir…
Demasiadas noches de insomnio.
Demasiadas canciones tristes.
Demasiadas risas forzadas.
Ya no le apetecía vivir y, cómo si de una canción de cuna se tratase, tarareó dulcemente…
Me dejo morir con tu recuerdo, preparando mi lecho de muerte, aquel que un día fue el tuyo.
Me dejo morir…, sí, ya no hay salvación alguna.
Me dejo morir…, para encontrarme contigo.
Me dejo morir…, para renacer de nuevo.