…Ella, entró cabizbaja en el templo, pues el peso de su dolor le impedía levantar la mirada, negándole a contemplar la belleza del lugar.
Allí, se encontró con él y, no pudiendo reprimir su impulso, se despojó de todo ropaje que la cubría, mostrando así la desnudez de su Alma.
-Padre… -gritó- dime ¿Por qué me dejó sola ante tanto dolor? ¿Por qué dejo que mi Alma se hiriera hasta desangrarme? ¿Por qué mi piel se secó, resbalando por ella tanta lágrima salada?… Padre… dime el porqué .
Él, extendió sus brazos y acariciando cada trocito de ella, esparcido por el suelo, empezó a recomponerla a la vez que le hablaba…
-Él nunca te dejo sola. ¿Recuerdas, cuando estabas en la más absoluta soledad?… Él te llevó allí para apartarte del caos. ¿ Recuerdas, cuando tu alma se abrió en canal ?…Fue para dejar entrar en ella aire fresco. ¿Recuerdas, cuando resbalaron tantas lágrimas por tu piel?… Fue para sanar las heridas con su sal. Mira, mi niña …Él jamás te dejó sola, porque… cada vez que gritabas, «Ya no puedo más», él te abrazaba con fuerza para que no cayeras… Él, era la soledad…, el aire fresco… y, cada una de tus lágrimas.
Ella, sorprendida, empezó a sentirse mejor y, con un hilo de voz, le dijo:
-Padre, ahora lo entiendo todo. Dime…, dime su nombre, para agradecerle lo que hizo por mí.
El padre, a modo de bendición, levantó su mano y dijo:
-Vuelve a casa…, vuelve a mirar el reflejo de tus ojos en aquel espejo, que tantas veces te vio llorar y, él…, él te dirá su nombre.
Ella sonrío a modo de gratitud y levantándose lentamente, marchó a descubrirlo.