Antoine Court, que posteriormente añadió el apellido «de Gébelin» a su nombre, en honor a su abuela, nació en Nimes (Francia), en 1725. Su padre, Antoine Court fue un líder religioso hugonote y esto sin duda tuvo una gran influencia en la carrera de nuestro personaje.
Court de Gébelin estudió teología en Lausana (Suiza). En 1754 fue ordenado como pastor protestante dentro de la Iglesia Reformada, aunque siempre se alineó con las corrientes de moda de la Ilustración.
Fue iniciado en la Masonería en París, en 1771, una de las actividades de moda dentro de la intelectualidad de su tiempo. Dentro de esta sociedad, en la Logia «Las Nueve Hermanas» conoció al político norteamericano, Benjamin Franklin y al filósofo Voltaire. De hecho, Court de Gébelin fue un gran defensor de la Independencia de Estados Unidos.
Como hombre inquieto, participó en diversos movimientos filosóficos de su época como la Orden de los Philaletes y la Orden de los Elegidos de Cohen de Martines de Pascualy. Tuvo amistad con ocultistas como Louis-Claude de Saint-Martin y con políticos del momento como Danton, La Fayete o Diderot. Estuvo interesado en el Mesmerismo y fue un prolífico escritor.
Pero Court de Gébelin no pasaría de ser un personaje menor de la historia de la Francia revolucionaria si no fuera por su obra cumbre: «El mundo primitivo, analizado y comparado con el mundo moderno». Esta obra enciclopédica, escrita en nueve volúmenes y publicada entre 1773 y 1782, sirvió para recopilar todas sus ideas acerca de la historia y del presente de la Humanidad.
Para él, toda nuestra trayectoria no es sino un intento de reconstruir las alturas espirituales de una civilización primigenia que se enmarca en las teorías acerca de la existencia de una primitiva Edad de Oro de la humanidad. De este modo, la civilización de su tiempo no era otra cosa que un pálido reflejo de aquella magna civilización antigua. Como él era masón, no es extraño que asimilara esta civilización con el antiguo Egipto, que además era el país exótico de moda entre la intelectualidad de su época.
En el volumen VIII de su obra, Court de Gébelin analiza un juego de moda en los salones parisinos de su tiempo: el Tarot. En cuanto vio la baraja, no tuvo ninguna duda acerca de su origen. Las láminas del Tarot, declaró, no son otra cosa que las páginas perdidas del antiguo libro del dios egipcio Thot. Aún más, los 22 arcanos del Tarot, se asimilan (gracias al Conde de Mellet y a de Gébelin) con las 22 letras del alfabeto hebreo.
Para Court de Gébelin, los cuatro palos del Arcano Menor representan a los cuatro estamentos sociales: los comerciantes estarían representados por los Oros, los religiosos con las Copas, los nobles y militares con las Espadas y los campesinos con los Bastos. Además, declaró que el nombre del juego provenía de dos términos egipcios: Tar (camino) y Ros (real), que se ha traducido como “Camino real de la Vida”.
¿Existe alguna base histórica para sostener estas ideas? Ninguna.
Ni el Tarot es egipcio, sino que el origen de su simbología es europeo. Pero las ideas de Court de Gébelin, conectaron con el espíritu de la época, encontraron terreno fértil y dieron origen al Tarot como el juego esotérico que conocemos en la actualidad. Y esto es algo que ya no se puede cambiar. Seguirán apareciendo libros acerca de los misteriosos orígenes del Tarot que, de misteriosos, no tienen nada.
Sólo dos años después de la publicación de su obra, un tal Etteilla publicó un libro explicando cómo leer el Tarot. Y el resto, es historia.